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La familia bellanita, es como lo dice el himno, … "De esta Antioquia preciosa eres perla. De Colombia señora feudal”

hace 9 horas

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INFORME ESPECIAL

Por: John del Río

Redacción San Buenaventura Estéreo 95.4 F.M

Viernes, 04 de abril, de 2025

10:37 a.m.


La definición de familia siempre ha estado en constante evolución, pero de acuerdo con el abogado Eduardo Oliva Gómez y la psicóloga Vera Judith Villa, en su artículo, “Hacia un concepto interdisciplinario de la familia en la globalización”, analizan el termino desde varias perspectivas, entre ellas la biología, y afirman que: “la Familia implica la vida en común de dos individuos de la especie humana, de sexo distinto, unidos con el fin de reproducir, y por ende de conservar la especie a través del tiempo. Desde esta óptica, se puede observar a la familia como una agrupación humana de fines eminentemente biológicos. La familia como hecho biológico involucra a todos aquellos que, por el hecho de descender los unos de los otros, o de un progenitor común, generan entre sí lazos de sangre”.


Entonces, es pertinente recrear el aporte plástico de la familia, que hace el artista antioqueño Francisco Antonio Cano, en su obra Horizontes, plasmada en el año 1913, en la técnica de óleo sobre lienzo, con un tamaño de 95 x 150 centímetros.


Desde un olfato semiótico, este cuadro que reposa inmarcesible en el Museo de Antioquia, reverenciado por el alma popular antioqueña como una imagen, de las más queridas, del álbum familiar de todos los que entre sus ancestros campesinos, cuentan una historia parecida, la de una familia que se cultivó a la par de la tierra, y que también tuvo que dejarla para ir hacia otros lares.


La epopeya de Cano tiene un acento diferente desde un punto de vista más contemporáneo, no puede ser más precisa la pregunta enunciada en 1913, por este artista, y ahora revisitada sobre la familia y el progreso, sobre todo por la morfología disfuncional de esta institución social en la actualidad.


Una Antioquia sucia, a diferencia de la montaña limpia, es escenario de una contaminada, violenta, corrupta, y desigual, escena familiar. Aquí madres e hijos, ancianos y adultos, desempleados o con oficio, citadinos moradores y montañeros transeúntes, se sientan en el quicio de la enorme vereda departamental a señalar otros horizontes. Una calma espesa y mentirosa inunda el espacio. Los descendientes de Cano, hoy concentran la mirada en otros paisajes. Obvio, continúan señalando, pero ya no la distancia.


Lo que se atisba realmente hoy, dista millares del ideal del pintor, otros horizontes, yuxtaposición de sueños que nunca se cumplirán, una visión de la realidad y una respuesta al progreso, que hace más de un siglo Cano quiso reverenciar.


La misma familia tradicional, pero esta vez, el hombre parece indicar la mirada hacia la avioneta de fumigación de un campo de coca o amapola; y otro horizonte, con más retaguardia que mirada amplia, muestra a una familia de desplazados sentada para darle la espalda al caos de la movilidad, la basura y la delincuencia que los circunda; el padre señala, pero no sabemos a qué, la imagen termina con otro dedo, que en vez de simular el dedo índice que gesticula Dios en la Capilla Sixtina, que Cano tomo prestado respetuosamente para su Horizontes, es reemplazado por el dedo del medio, quizás, bien erguido, inmaculado, y hasta vulgar, como protesta e irreverencia de las injusticias de hoy.


Pero al observar esta obra, es casi imposible evitar sumergirse en una historia. No hay movimiento en el interior del marco, pero en el interior humano, bullen tibios susurros, alientos de un pasado no vivido, pero lo suficientemente necesario e íntimo para enfrentar el futuro. Nunca se experimenta en la cotidianidad de los días a esos campesinos, ni se recorren esos caminos, ni se avizora ese horizonte, pero resultan tan afines a todos, como la arepa, al mayor poema de Epifanio Mejía: El Himno Antioqueño, o al Metro. Son sentimientos compartidos que emanan generación tras generación y que intentan responder: ¿Quiénes somos?, ¿un pueblo, una familia, un linaje, un puñado de apellidos, u otra poesía? Horizontes es una historia que ayuda a mirar para adentro, quizás hoy sea la de sentirse seducidos por un futuro mejor, pero que al racionalizarlo, deja la sensación de estar en un potrero olvidados, cercados por alambres de púas.


La pintura Horizontes, conocida también como La Familia, representa a una pareja de colonos que hacen una parada en el camino que los conduce a un nuevo lugar donde afincarse.


Una versión habla, que el cuadro fue encargado por el gobierno de Antioquia en el año de conmemoración del primer centenario de la independencia del departamento. Otra leyenda dice, que fue rifado entre el cuerpo diplomático y altos funcionarios del Estado, y que el ganador fue el presidente de la República, quien se negó a recibirlo para evitar malos entendidos, pero en la segunda oportunidad la suerte lo volvió a acompañar. Lo cierto es que el cuadro, en su primera versión, siempre acompañó a Carlos E. Restrepo y a su familia, la cual lo cedió al Museo de Antioquia en el año 2002, donde se encuentra en la actualidad.


El hombre con prominente bigote, símbolo de masculinidad y virilidad paisa, usando un sombrero “aguadeño”, parte de la indumentaria de los campesinos, usado con parámetros de moda, símbolo de respeto y para protección al sol, señala con la mano izquierda el horizonte en el que se asientan las tierras donde iniciarán una nueva vida y en la derecha empuña el hacha, referente a la herramienta que usará para abrirse caminos y como símbolo del trabajo y del colonizador antioqueño, retratado en el Himno Antioqueño. La mujer vestida de pañoleta roja, con un trozo de tela en movimiento causado por el viento, simboliza libertad, la blusa blanca, refleja transparencia, la cual insinúa los senos, traducidos en la maternidad, y la falda roja, colores que se asocian con la Virgen María, que se puede parear con los colores de la bandera de Francia, como gesto de gratitud a la Revolución Francesa, por la cual se ha heredado el sistema democrático de la nación, carga al pequeño hijo envuelto en un edredón blanco, transmitiendo pureza, que mira también al lugar deseado que señala el padre, ambos descansando sobre una roca en una montaña, en el eje cafetero, en un remedo de teatro semejante al de la Sagrada Familia.


En un segundo plano se lee un saco de costal con granos, que puede representar los sueños, la esperanza, y el depósito de enseres y víveres para el soporte de la expedición.


En un último plano, pero no menos importante, aparecen una sinfonía de montañas en diferentes tonalidades de verdes, dibujando la geografía departamental, estocadas por un iluminado e intenso cielo azul con nubes blancas, reflejando el buen clima por el cual fue bendecido la región. Una tierra de supersticiones, creencias, valores, religión y exageraciones. En resumen, una tierra de atiborrada humanidad, que disfruta del sonido del tropel de las mulas, del olor de las cordilleras plegadas como un acordeón, del aroma de los aliñados pueblos, y de su exuberante hidrografía.


El paisaje hace parte del discurso del progreso y en Horizontes, Cano subraya la sincronía entre significado y significante, entre forma y contenido, entre figura y fondo. Es un retrato colectivo en primer plano que no sacrifica el paisaje de fondo. Lo que logra es no un trabajo plástico sino revindicar una mentalidad de un pueblo, es una obra atemporal, que mantendrá vigente la historia de la raza antioqueña, sus luchas, sus fracasos y su naturaleza bravía. El tiempo no catapultará como arqueología a Horizontes porque es simplemente una alegoría constante que se recrea en todos los tiempos.


El ícono es construido por el espectador, el descifrador de signos es cada uno de los espectadores, con el morbo que despierta el análisis semiótico.

Hay múltiples versiones sobre la identidad de los personajes que sirvieron como modelo. Una de ellas obedece, por ejemplo, a que el rostro del hombre es un retrato del escritor Efe Gómez, un amigo del pintor.


El cuadro fue pintado cuando la dinámica colonizadora había declinado y, por el contrario, se iniciaba el irreversible proceso de urbanización, acorde, sobre todo en Medellín, con el modelo industrial. De manera que al momento de pintar Horizontes, el pintor hacia evocación del proceso de movilización social conocido como la colonización antioqueña. Y, de alguna manera, el cuadro se convirtió en la imagen oficial de ese proceso.


Pareciera que la estética del cuadro maquilla el drama detrás de la imagen real: la de miles de campesinos que durante la historia se desplazan a lo largo del país en busca de un lugar apropiado “para levantar la familia”, como lo indica la bella expresión del lenguaje popular antioqueño.


Lo anterior no presenta una colonización como una novela rosa, exactamente, fue como los abuelos, profesores e historiadores la cuentan, fue una compleja y muy violenta confrontación entre los campesinos sin tierra y los poseedores de la propiedad en esa época de la Colonia y hasta los inicios de la República.

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